18 de junio de 2006

Cenicero

Era suyo, para él solo, propio, tristemente irrompible. Hecho de arcilla y pintado de un amarillo impertinente. Un cenicero irregular, monstruoso, un recipiente para las colillas que se acumulaban, un manifiesto irónico de "No fumes papá" que le gritaba quedamente todos los días cuando miraba su mesa de despacho.

Lo había intentado miles de veces pero siempre sucumbía a la tensión, a la ansiedad, a la atracción de ese cigarrillo que le ata a su yo más débil. Termina encendiendo un cigarrillo más, un fracaso más a añadir a su larga lista. Un nuevo cigarro encendido que calmaba las voces de su interior.

Pero, un cigarro sobre fondo amarillo y de nuevo esas voces le increpan, le llevan al lugar donde se siente más incómodo, más vulnerable.

Y como cuando ese niño, el autor de esa esperpéntica obra, le pregunta por qué ya no quiere a mamá, ignora el contraste, el amarillo, ignora su falsedad y destroza una nueva colilla hiriendo un poco más al inocente cenicero.

1 comentario:

Avellaneda dijo...

En este caso, el relato fué propuesto por el profesor del Taller de Escritura Creativa a partir de una anécdota que se cuenta sobre Chejov: Al parecer, en una ocasión Chéjov conversaba con Korolenko, un periodista radical de la época, y le dijo: “¿Sabe usted como escribo yo mis cuentos?, Así”. Y agarrando el primer objeto que tenía a mano –que resultó ser un cenicero– añadió: “Si usted quiere mañana tendrá un cuento, se llamará El cenicero, y Korolenko sintió que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica.
Chéjov seguro que lo hizo mejor que yo, pero... había que intentarlo!!!