1 de octubre de 2006

Escena Familiar

- No la dejes ahí, me molesta.
- Siempre te molesta todo, Ángeles
- Me molesta que me repliques siempre Manuel

Era la conversación diaria, la señal de que su vida seguía el pacto no escrito de su matrimonio. Más de 40 años de estar juntos, de saberse, conocerse, amarse y no soportarse. Discutir les daba seguridad de que todo seguía su camino, su ritmo. Esas protestas eran la señal de que no podrían estar el uno sin el otro. La costumbre debe ser eso, conocerse tan bien que provocas la ira del otro para saber que sigues vivo.

Manuel quitó la escalera de la pared y se dirigió al trastero para guardarla.

- Ángeles, el próximo día arreglaré la bombilla, ahora no veo nada

Ella esta vez optó por callar y morder la manzana que cogió de la cocina mientras veía a su marido guardar la escalera, apareció un amago de sonrisa burlona en su boca. En definitiva, era lo que ella quería, que no se pusiese a arreglar la bombilla en ese preciso instante en que tenía que venir su hijo. “Tiene la maldita manía de hacer cosas en el momento menos oportuno”.

Hacía tiempo que Joaquín no pasaba por casa. Debía ser algo importante para que su hijo les hiciera una visita. Lo estaba pensando entre mordisco y mordisco. Que diferencia entre los hijos y las personas en que se convierten cuando salen de la influencia familiar para crear su propio universo. Joaquín tan amoroso, tan tierno con ella, siempre un beso, un abrazo, dispuesto para agradarla.

Ahora ya no era el mismo, la vida, el trabajo. No sabía porqué pero la alegría de su hijo se había perdido. No era quien para juzgarle y tampoco podía ayudar, era su vida. ¡Que injusto es el paso del tiempo! Los roles se modifican y los caminos que tu iniciaste, ya no te pertenecen.

Mientras sus pensamientos derivaban por los derroteros filiales, los de Manuel estaban puestos en Ángeles. La miraba de reojo mientras comía. Sabia que la quería pero le costaba reconocer a la mujer que conoció hace tanto tiempo ¿Cuánto? Ya no se acordaba.

En algún momento debería contar lo que ocurría con su mente. Las lagunas que le sorprendían, los recuerdos salteados. El encontrarse en una habitación desorientado, asustado y haciéndose la misma pregunta “¿Qué demonios hago aquí?

La mayoría de las broncas con su mujer eran debidas a lo que ella llamaba “despistes”. Manuel estaba preocupado pero, como todo, si no hablas de lo que te preocupa es como si no existiera. Así intentaba pasar los días ocultando lo que cualquier día sería imprevisible.

El timbre suena en la casa. Ángeles se levanta con dificultad de la silla. La edad, esa cruel carrera que no se inicia de manera voluntaria y que siempre te gana irremediablemente, dejando atrás un cuerpo cada vez más ajado y achacoso. Son 70 años los que tiene Ángeles, 72 los de Manuel. Demasiados años y una experiencia que ha sido la misma para otros muchos antes que ellos.

Al abrir la puerta, Ángeles se encontró con la mirada fría de Joaquín “Debe ser serio, ese vacío que trae consigo no es buena señal”

- Hola mamá- entró evitando sus ojos, dándola un beso en la mejilla como simple procedimiento aprendido.

- Hola hijo, ¿qué tal…

La pregunta quedó en el aire. Su hijo estaba ya en el salón hablando con su padre, preguntándole pero mostrando su intención de no escuchar.

- ¿A que has venido? - La madre había hecho la pregunta y no creía lo que acababa de decir. Pero no aguantaba esa actitud, ni siquiera de ese hijo tan querido.

Joaquín endureció más su mirada, lo que significaba que, efectivamente venía a pedirles algo, a contarles quizá lo que sabía no iba a tener su aprobación.

Tenía 40 años, casado, con tres hijos. Un trabajo importante en una multinacional una vida cuidadosamente tejida y preciosamente decorada. Una vida, en definitiva, vacía. No tenía tiempo para disfrutar de su tiempo ni de su familia en la que era ya un extraño. Ni siquiera disfrutaba de su trabajo, el que le llenaba todas las horas.

Se sentía acorralado, lo único que le apetecía era parar y gritar. Gritarle al mundo, gritarse a si mismo el porque ha tirado todos esos años por la borda, por creerse las verdades que le plantearon. La culpa era de esos dos ancianos, ellos fueron los que pusieron la primera piedra de su desdicha.

Un momento. ¿Qué estaba diciendo? Era él el culpable de todo lo que le ocurría, pero su rabia cegaba la verdad. No era momento de lastimarse si no de lastimar. Era lo que su ego le pedía en esos instantes…

Que jodidas eran las crisis, sobretodo para los que están alrededor. Si, porque hagan lo que hagan, siempre será incorrecto.

Manuel miraba los ojos perdidos de su hijo y se dio cuenta de la persona desconocida en que se había convertido, incluso para si mismo. Se decidió a decir lo que pensaba en ese momento, sin esperar a que les contara nada de lo que había venido a decir.

- No debes preocuparte hijo. Tu decisión es a todas luces incorrecta, pero tarde o temprano tu equivocación te llevará al camino correcto. Todos hemos tenido esa encrucijada.

Joaquín vio la limpieza de la mirada de su padre y entonces comprendió que lo que había venido a decir no era importante. Es más, ya no sabía lo que iba a decir. Llegó a la conclusión de que lo que necesitaba era la tranquilidad de ese lugar para colocar todo en su sitio.

Se daba cuenta de que su vida estaba totalmente equivocada, pero que el camino seguía ahí, tenía tiempo de reaccionar.

Una sonrisa se dibujó en su cara, una sonrisa que se convirtió en risa calmada, agradable por que en ese momento su madre se acercaba con el chocolate.

“Eso es Ángeles, el chocolate es la unión de esta familia –pensaba Manuel-. Cualquier problema se derrite dentro de la taza, es su teoría, todo se ve de diferente color después de tomar un buen chocolate caliente. Es una mujer fuerte, decidida, maravillosa pero desarma con su sencillez, con su mundo particular donde todo es posible y del que siempre nos hace partícipe. Definitivamente sigo queriéndola…”

Ángeles vio entrar en casa a un extraño pero descubrió a su hijo sentado en el sofá del salón, sonriéndola.

El hijo no contó nada de lo que iba a decir, ya no tenia sentido, y se descubrió emocionado por escuchar a sus padres.

El sol iba declinando sus rayos en la tarde en que la vida gris, sin sentido, perfecta y decorada comenzaba a tener el color que siempre debió tener.

Agosto de 2005

2 comentarios:

Tamara dijo...

Mi niña, qué linda historia. Ya había tenido el gustazo de leerla, pero la he vuelto a disfrutar con deleite...Ay, qué sugerente texto, cuántas emociones se agolpan al leerlo...
¿Por qué no se lo envías a ese otro hijo que ha olvidado cómo sabe de rico el magnífico chocolate de su ama?
Eres muuuu grandeeee, Mer.

Avellaneda dijo...

Fijate que cuando transcribía el texto pensaba que cierta es la frase "la realidad supera la ficción"...
Gracias guapa por tus ánimos, así da gusto niña! :o)