5 de noviembre de 2006

Cotidianidades

- Resulta curiosa tu manera de coger el periódico.

Marcelo levanta la vista para mirar a su mujer.

- ¿Rara? - le responde escéptico.

- Si, rara. Bueno, puede que esa no sea la palabra, pero es como si llevaras unos guantes de látex. Lo agarras como si toda la mala bilis que el periódico contiene te pudiera contaminar.
- Ángela… deberías encauzar toda tu expresividad en algo más que en descolocarme por las mañanas. Veo que tus clases de taichí han abierto tu hambre creativa, no la derroches con un mendrugo como yo… lo cojo así principalmente para que mis dedos no se manchen mucho de tinta, que ya sabes que los diarios destiñen. Puede que sea bilis, quién sabe.

Ángela suelta una sonora carcajada desde el otro lado de la pequeña mesa de la cocina, casi se le cae el café con leche que estaba tomando. Deja la taza en la mesa, sobre el mantel de cuadros y cerezas, se levanta y se acerca a Marcelo

- Tienes razón, debo desgastar o rentabilizar mi creatividad en otro sitio, no puedes ser tú siempre el centro de mi atención.

Besa su boca con los labios medio abiertos desconcertando una vez más a Marcelo

- Que tengas un buen día cariño, voy a vestirme.

- Ese beso… ay Ángela, que miedo me das a veces y cómo me gusta.

Ángela va por el pasillo riéndose de la ocurrencia de su marido. Una vez en la habitación, se mira en el espejo con marco de madera que está sobre la cómoda. Mantiene la sonrisa y menea alegremente la cabeza. Suspira.

- ¡Bueno! Habrá que hacer algo por vosotras ¡jodidas ojeras!

Comienza a maquillarse y mientras enciende la radio. Es una manía que siempre ha tenido, escuchar la radio por las mañanas. Desde que se casó con Marcelo ese “ruido” no la despierta por las mañanas, ya no escucha la radio por respeto hacia él que, dice, odia que las malas noticias entren en su sueño a una hora tan peligrosa, cuando el subconsciente está indefenso. “Claro que prefiere que le tiñan los dedos las opiniones de los “sabios” del país” piensa Ángela.

Se termina de vestir el uniforme azul del trabajo y echa un último vistazo a su persona en el espejo.

- Otros días hago mejor trabajo pero…

Una mueca divertida le despide del espejo.

Sale de la habitación. El aroma de café recién hecho llega a su nariz.

- ¡2 cafés seguidos es suficiente! – le grita desde el umbral de la puerta de la casa.

Marcelo detiene la taza en sus labios y emite un suspiro de resignación pensando que su mujer le conoce demasiado bien.

“¿Soy tan previsible?... quizás si…. Pues hoy… ¡me tomo 3 cafés!”

3 comentarios:

Tamara dijo...

Querida Avellaneda,

Me encanta el café, como me encantan tus historias. Tienes muchas cosas que contar, muchos adjetivos que nombrar y sentimientos que verbalizar. Los espero acompañada de un buen café calentito, ese con el que da gusto compartir una buena conversación con una buena amiga.
Muchos besos.

Stupor Mundi dijo...

De un nada amante del cafe, y que si por casualidad su organismo sospecha que ha olido siquiera tan quimérica infusión, le castigará con mil años de insomnio, decirte que como siempre me gustan tus historias, me introduces en esa plácida cotidaneidad, y en una tensa espera de lo que no dices, pero que puede ser.
Creo que eres la reina de lo que puede ser, o de lo que puede suceder, o quizás no...
Muy bien, dueña y señora de las avellanas.

Anónimo dijo...

Merchecita querida, estos queridísimos de arriba me quitan las palabras de la boca, pero decirte que me encanta, que me resulta conocido con otros protagonistas y en otro tipo de relación, pero conocido al fin, esas historias de todos los días que hacen una vida.