Abro el ojo y miro por la ventana del autobús. Estoy muerta de cansancio y no sé en qué día vivo pero... me he dado cuenta de una cosa: ya estamos dentro de la jodida navidad.
He salido de la oficina este sábado y me he tropezado con la locura colectiva del consumo inusitado, la manifestación a favor del uso del plástico para pagar los regalos a la familia, los adornos, … Vatios y vatios de luz, miles y miles de kilos de mal gusto, luces, dorados, bolas, papas noeles, vírgenes poco creíbles y padres putativos con cara de panolis apoyados en bastones viendo a un niño ario sobre un montón de paja, un niño que tiene de palestino lo que yo de zulú.
¿Os habéis fijado que las tiendas de los chinos, ya de por sí horripilantes, se convierten en la casa de los horrores en estas fechas? El Sagrado Corazón de Jesús y el destello que le sale del centro del pecho, los perros de cerámica tamaño natural, las cascadas de chispitas fucsias y neones, las ropas de colores imposibles, los tangas y bragas rojos, está recorrido por lucecitas de colores que parpadean, con músicas rallantes con las que tienes que tener cuidado porque si las escuchas durante mucho tiempo, cuando menos te lo esperas te están grabando un mensaje subversivo en la cabeza “este año en la cena de nochebuena confiesa a todos que le pones los cuernos a la Mari”.
¿Y qué me contáis de lo que ocurre en Madrid? No hablo de atascos, de marabuntas humanas, de calles y comercios atestados. No. Hablo de la tendencia transformista que posee a todo el mundo que va a los puestos de la Plaza Mayor, donde Chencho perdió a su familia. Es algo típico de la Navidad de la capital, ver en el autobús o en el metro al típico hombre de familia con una peluca rosa, de esas de tiras de colores o con el pelo cardado… Es algo que sigo sin entender aun cuando llevo aquí ya cerca de 7 años.
¿Qué ocurre con el mundo? ¿Nos volvemos momentáneamente locos? Miro el Cortijo y está inundado de luz, forrado de una imagen cristiana que oculta la verdad. Si María embarazadísima y José se acercaran por allí solo les dirían ¿en efectivo o con tarjeta? importándoles una mierda que a quien María va a parir es a la persona por la que han montado la mayor falsedad del mundo.
No, definitivamente la Navidad pone al límite mi pequeño aguante a la sonrisa condescendiente, al recordatorio de que miles de niños mueren de hambre ¿el resto del año no lo hacen?, a los programas ñoños, a las películas de Santa Claus, a los magacines musicales para despedir el año y grabados en agosto, a los anuncios de juguetes, de turrones, de champán…
Es que hay tanta falsedad en todo esto que me resulta imposible creer en el espíritu navideño.
Pero voy a hacer una concesión a la Navidad, y lo haré por mi amigo, la persona con el mayor nivel de espíritu navideño que conozco. Todos los años se empeña en contagiarme de su entusiasmo en vano. Me recuerda a cuando era una niña y me creía todos los cuentos tipo “No pidas mucho a los Reyes que ya sabes que no tienen dinero para todos…” y para mi no tenían nunca mucho pero se las arreglaban bien. Intentaré ver todo esto con sus ojos y quizá cambie mi mala leche en estas fechas.
Mañana colocaré encima de la tele al panzón rojo que me regalaron el año pasado, buscaré en el trastero el mini árbol y mini belén, tamaño estándar para apartamentos y veremos a ver qué pasa.