14 de enero de 2007

Amor, amor, sencillo amor

La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes

Recitaba a Silvio Rodríguez mientras escuchaba el mp3 de su nieto puesto a todo trapo. Qué palabras tan ciertas esas. Su sonrisa se nublaba cuando escuchaba esta canción y sus ojos añoraban aquella locura tan tierna y sensual que afloraba. ¡Si sus nietos supieran! Manuel, el más adolescente y revoltoso nieto le había puesto los cascos de este aparatillo tan increíble para que escuchara esta canción, para él, tan antigua


- ¡Silvio Rodríguez! – gritó la abuela para escucharse.

El nieto se sorprendió de que lo conociera. Con su camiseta de Che comprada en el Corte Inglés hace una semana, su palestino en el cuello, el pendiente en la oreja, el trasquilado de pelo… un esteriotipo de revolucionario por hormonas abrió más los ojos cuando escuchó a su abuela cantar esta canción descubierta por él entre los cds de sus padres y más cuando su abuela lloraba y reía mientras seguía cantando.

Martina soñaba, recreaba, imaginaba el momento de amor, ternura y pasión que Roberto le hizo desenterrar en su clase de literatura de la escuela para adultos. Roberto, profesor cincuentón, exdirectivo de una gran empresa que prescindió de sus servicios en la última regulación de empleo, y que encontró su vocación tardía en la enseñanza.

Martina descubrió, gracias a lo que le enseñó en sus clases, una pasión dormida. Siempre creyó que no le gustaba leer pero el caso es que no leía por su dificultad a hacerlo, su lentitud la retraía. Roberto descubrió en Martina un ansia increíble por aprender, por recuperar todo aquello que desconocía así como su dificultad en la lectura y decidió ayudarla. Quizá por su vena de buen samaritano, quizá por los ojos verdes de Martina.

Empezó dándole libros infantiles, con sus letras grandes, dibujos simples, colores chillones pero la mirada de reproche de Martina le hizo buscar otra solución para facilitarle el aprendizaje. Su mirada y también su conversación. Era una mujer luchadora y dinámica, de fuertes convicciones que no sabía muy bien de donde salían pero que arrollaban por su contundencia.

- Ya le digo a mi hija, ¡ay que ver lo que ha cambiado el mundo! A mi me pillaba a tu edad y casándome… no… yo un pendón desorejao iba a ser. Tanto pudor, tanta vergüenza, tanta ¡leche!. ¡A vivir, a disfrutar debían habernos enseñado nuestros padres y no a ser buenas y mojigatas amas de casa! Total, a eso una aprende sola. A ser ama de casa quiero decir – terminaba Martina con un guiño.

Roberto sonreía al oírla, apuntaba en su mente todas sus frases y ocurrencias y deseaba que la hora de clase no acabara, intentaba alargar los cafés que las madres traían para sus recreos, quería mantener la vista en los ojos de Martina, empaparse de su sapiencia, de su desparpajo y simpatía. “Si tuviera unos años más…” se descubría pensando e incluso se ruborizaba por ello.

- Martina, vamos a hacer un experimento contigo. Creo que avanzaremos mucho más que con los libros para niños que te he dejado.

- Si, por favor, porque en una de estas me corto las venas con el canto del “Osito Valentín”

Saca un Compact Disc, un disco, una serie de folios con versos y los coloca delante de Martina. Le explica que la música, las canciones son poesía, que la poesía es la mejor herramienta para transmitir sentimiento, conocimiento, deseo y que cree que Martina es la mejor persona para recibir todo esto; que leyendo mientras escucha al cantautor que le va a poner va a colocarla en otros lugares pero con las mismas realidades de amor y desamor, de injusticia, dolor, alegría y sencillez que tenemos todos. Le recomienda que luego, una vez en casa, sin la música, lea en voz alta los poemas que ha escuchado, y le asegura que así su fluidez a la hora de leer va a ser cada vez mejor.

Martina se pone los cascos, escucha atenta primero, leyendo con dificultad las letras después, y descubriendo poco a poco un hilo de afinidad con lo que escucha. Va entendiendo la letra, rememorando momentos de su vida que creyó olvidados.

Así, con la canción de “Planetas” de un chico llamado Paco Bello, y sus versos “tus ojos son tan grandes / que nunca se hace tarde” recuerda a Evaristo y a sus 18 años, el embelesamiento de uno por el otro, la inocencia y la sencillez de ese amor, el primer amor de verdad.

Evaristo desapareció con la canción de “No sabes cuanto te he querido”, “Has cambiado mi forma de mirar, / has cambiado el sentido de las calles”, Martina intentaba no llorar mientras la escuchaba y soñaba los paseos por Madrid con Julián, agarrados tímidamente de la mano, ese hombre que bien pudo ser su marido y haberla hecho tan feliz, que la amaba tanto y que la jodida muerte se llevó tan pronto.

Tantos sentimientos, tantas historias pasadas que llegaban a darle la bienvenida de nuevo con estas canciones nuevas para ella.

Roberto miraba embelesado el sentimiento que transmitían esos ojos verdes y se dio por satisfecho al dar la oportunidad a los poetas de guitarra a pertenecer a ese torrente de sentimientos que era Martina, aunque en el fondo lo que deseaba era poder pertenecer al sentimiento de esa mujer, ser el verso que resumiera lo que sentía por ella.

******
El nieto miraba absorto a su abuela llorar y Martina enjugaba sus lágrimas al escuchar de nuevo el verso

La cobardía es asunto de los Hombres no de los amantes

los amores cobardes no llegan a amores ni a historias se quedan allí

ni el recuerdo los puede salvar ni el mejor orador conjugar.

mientras recordaba los ojos pardos de Roberto y se daba cuenta que eran los del hombre protagonista de ese verso.

3 comentarios:

Tamara dijo...

Ay, esas letras del gran maestro Silvio...cómo nos deja el cuerpo...
Cuántas historias de equívocos nos rodean, de cegueras, de obsesiones, de frustraciones y cobardías...pero qué cierto es que en el amor no se puede ser cobarde.
La vida te roza un segundo poniéndote en bandeja una oportunidad, y es de muy mala educación darle la espalda. Por eso hay que vivir, sufrir, sentir, maldecir y amar sin tapujos. Que no nos queden las ganas estranguladas, aunque el resultado nos duela.
Y que no nos perdamos "conocer el delirio y el polvo, (...)
esta bella locura (...)
mi huella en su mar."
Merche, qué linda historia y qué cantidad de emociones evoca y despierta. Me ha encantado.
Espero que Martina salga corriendo de su casa, dejando a su nieto más boquiabierto todavía, y corra a buscar a Roberto para caer rendida en sus brazos...definitivamente, me chiflan los finales felices aunque huya de ellos...

Anónimo dijo...

Sniff, que bonito, a mi también me gustan los finales felices..
A ver si sacan un "Singstar" de silvio rodríguez, ah que molaría??!!

Avellaneda dijo...

Sería genial, no creas que no lo pensé el sábado... un "Singstar" de Silvio, de Pedro Guerra... YO ARRASOOOOOOO jejejejeje
Gracias por vuestros comentarios!!