Me ha pillado desprevenida, en otra cosa, lo que ha hecho que aún no me crea que Mario Benedetti haya fallecido.
Sabía que estaba viejito, que no llevaba bien la muerte de su mujer, que esto es ley de vida, que unos llegan y otros se van… pero me pilló a contrapié como siempre me pillan las muertes, incluso las más anunciadas
Don Mario tenía un don y debemos dar gracias que lo compartió con todos. A mi, como decía en el otro post, me ganó con “La Tregua”, de él tomé prestado el seudónimo de Avellaneda cuando me embarqué en esto de los blogs. A él le debo el gusto de releer su obra, de descubrir siempre algo nuevo y de ver a mengana y futano ser protagonistas de tantos y tantos versos.
Quería poner otro poema pero he recordado este pasaje de La tregua donde Martín Santomé cuenta los lunares de Avellaneda... es que me ha hecho recordar que hace tiempo también tuve esa necesidad
Martes, 19 de MarzoSabía que estaba viejito, que no llevaba bien la muerte de su mujer, que esto es ley de vida, que unos llegan y otros se van… pero me pilló a contrapié como siempre me pillan las muertes, incluso las más anunciadas
Don Mario tenía un don y debemos dar gracias que lo compartió con todos. A mi, como decía en el otro post, me ganó con “La Tregua”, de él tomé prestado el seudónimo de Avellaneda cuando me embarqué en esto de los blogs. A él le debo el gusto de releer su obra, de descubrir siempre algo nuevo y de ver a mengana y futano ser protagonistas de tantos y tantos versos.
Quería poner otro poema pero he recordado este pasaje de La tregua donde Martín Santomé cuenta los lunares de Avellaneda... es que me ha hecho recordar que hace tiempo también tuve esa necesidad
Trabajé toda la tarde con Avellaneda. Búsqueda de diferencias. Lo más aburrido que existe. Siete centésimos. Pero en realidad se componía de dos diferencias contrarias: una de dieciocho centésimos y otra de veinticinco. La pobre todavía no agarró bien la onda. En un trabajo de estricto automatismo, como éste, ella se cansa igual que en cualquier otro que la fuerce a pesar a buscar soluciones propias. Yo estoy tan hecho a este tipo de búsquedas, que a veces las prefiero a otra clase de trabajo. Hoy, por ejemplo, mientras ella me cantaba los números y yo tildaba la cinta de sumar, me ejercité en irle contando los lunares que tiene en su antebrazo izquierdo. Se dividen en dos categorías: cinco lunares chicos y tres lunares grandes, de los cuales uno abultadito. Cuando terminó de cantarme noviembre, le dije, sólo para ver cómo reaccionaba: “Hágase quemar ese lunar. Generalmente no pasa nada, pero en un caso cada cien, puede ser peligroso”. Se puso colorada y no sabía dónde poner el brazo. Me dijo: “Gracias, señor”, pero siguió dictándome terriblemente incómoda. Cuando llegamos a enero, empecé a dictar yo, y ella ponía las tildes. En un determinado instante, tuve conciencia de que algo raro estaba pasando y levanté la vista en mitad de una cifra. Ella estaba mirándome la mano. ¿En busca de lunares? Quizá. Sonreí y otra vez se murió de vergüenza. Pobre Avellaneda. No sabe que soy la corrección en persona y que jamás de los jamases me tiraría un lance con una de mis empleadas.
Descanse en paz maestro, gracias por compartir su don con nosotros. Seguiremos recordándole en todas esas sensaciones que nos siguen provocando sus letras.
Descanse en paz maestro, gracias por compartir su don con nosotros. Seguiremos recordándole en todas esas sensaciones que nos siguen provocando sus letras.