Chema Madoz |
El sarro del tiempo
se acumula entre los días
que pasan cuesta abajo.
Se precipitan sin pedir permiso,
descaradamente,
dejando rastros de planes,
ideas, sueños, trabajos, minutos
como envoltorios de caramelos
comidos a escondidas.
El silencio,
ese dueño de soledades,
deja ecos infinitos
con historias pasadas
que se repiten.
Olvidos selectivos te asaltan
en las vigilias accidentales.
Vierten escenas
que ocultaste para no sufrir
aunque ahora no alcanzas a intuir
las consecuencias de la nostalgia.
No es posible huir de uno mismo
atados están los puños
a las determinaciones.
Uno late, repite,
se estanca,
fluye, se atreve, salta,
arremete, regresa, huye,
se equivoca,
se levanta
reconociéndose
irónicamente “de nuevo”.
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