Atocha. 8:30. Jueves
En un jueves cualquiera no hay diferencias, las caras son las mismas: Los ojos hinchados, la prisa, la mala leche, el café mal tomado, alguna risa y comentario que te sorprende (¡a estas horas y que carrete tiene la gente!).
Pero hoy no es un jueves cualquiera, un jueves de invierno, un jueves mondo y lirondo. No. Hoy es un jueves de finales de junio y en el andén las caras cambian, hay novedades, las actitudes son diferentes, los odios encubiertos mayores.
¿Por qué digo esto? Porque, para mi mayor desgracia, el andén donde se para mi tren –durante escasos minutos es de mi propiedad, mío y de los centenares de personas que se apiñan conmigo. Por derecho nos pertenece- es compartido por trenes de largo recorrido que, además, tienen destinos sugerentes allá en la costa.
El destino es lo de menos, lo que más me encabrona son esas mujeres, esos jóvenes, esas personas en general, con sus maletas y bártulos preparados, sus caras de relajo supremo y felicidad.
Tú que te levantas a una hora indecente por la mañana para ir a trabajar, con prisas, con mala leche, con un café mal tomado sales como los galgos del tren, a la carrera y, así sin avisar, te topas con una señora rubia y peinada de peluquería que arrastra con un ritmo caribeño, que te repatea el higadillo, una monísima maleta y que no te permite seguir con tu enfebrecido ritmo. Lo que darías por tener el poco corazón de derribarla pero no por que te moleste la pobre señora, no, es porque desearías ser tu la que arrastrara esa maldita maleta, la del ritmo caribeño, la que cogiera ese tren para irse lejos de lo que te espera en unos segundos; otro tren lleno de tristones inconformistas como tú.
Reconozco que lo mío es envidia, pura y malsana envidia, pero no puedo con esto. No puedo convivir con esos dos ritmos tan claramente incompatibles e injustos. Es cruel. Por eso, estoy por enviar una carta a RENFE para que tenga en cuenta esta guerra psicológica a la que nos impone diariamente en estas fechas.
En un jueves cualquiera no hay diferencias, las caras son las mismas: Los ojos hinchados, la prisa, la mala leche, el café mal tomado, alguna risa y comentario que te sorprende (¡a estas horas y que carrete tiene la gente!).
Pero hoy no es un jueves cualquiera, un jueves de invierno, un jueves mondo y lirondo. No. Hoy es un jueves de finales de junio y en el andén las caras cambian, hay novedades, las actitudes son diferentes, los odios encubiertos mayores.
¿Por qué digo esto? Porque, para mi mayor desgracia, el andén donde se para mi tren –durante escasos minutos es de mi propiedad, mío y de los centenares de personas que se apiñan conmigo. Por derecho nos pertenece- es compartido por trenes de largo recorrido que, además, tienen destinos sugerentes allá en la costa.
El destino es lo de menos, lo que más me encabrona son esas mujeres, esos jóvenes, esas personas en general, con sus maletas y bártulos preparados, sus caras de relajo supremo y felicidad.
Tú que te levantas a una hora indecente por la mañana para ir a trabajar, con prisas, con mala leche, con un café mal tomado sales como los galgos del tren, a la carrera y, así sin avisar, te topas con una señora rubia y peinada de peluquería que arrastra con un ritmo caribeño, que te repatea el higadillo, una monísima maleta y que no te permite seguir con tu enfebrecido ritmo. Lo que darías por tener el poco corazón de derribarla pero no por que te moleste la pobre señora, no, es porque desearías ser tu la que arrastrara esa maldita maleta, la del ritmo caribeño, la que cogiera ese tren para irse lejos de lo que te espera en unos segundos; otro tren lleno de tristones inconformistas como tú.
Reconozco que lo mío es envidia, pura y malsana envidia, pero no puedo con esto. No puedo convivir con esos dos ritmos tan claramente incompatibles e injustos. Es cruel. Por eso, estoy por enviar una carta a RENFE para que tenga en cuenta esta guerra psicológica a la que nos impone diariamente en estas fechas.
Los trenes de largo recorrido, los de vacaciones, los que llevan a la gente feliz, que salgan de otro lado, lejitos, que nos dejen a los amargados trabajadores rumiar nuestra desgracia, que bastante tenemos.
Merche, alias "loquemejodemadrugardiosmío".