
Las farolas como alfiles perfectamente alineados en diagonal dirigen la estructura de la escalera en medio de ese parque público. De día sus efigies negras, metálicas y altivas, de noche sus cabezas iluminadas, orgullosas, revelan el camino que guardan celosamente. Parecen defender a la reina de un ajedrez que no existe, quizá la reina del parque más querido, el que protege de su frialdad arquitectónica a aquella ciudad que puede ser cualquiera de las que conoces.
Es otoño. Se evidencia por los árboles que acompañan a las farolas. Se alzan como candelabros de miles de brazos delgados meciéndose a merced del mes de octubre. ¿Cuantas historias se habrán vivido en esa escalera?, ¿qué verdad relatarían esos peldaños?.
Puede que la de una mujer que, cansinamente, sube y baja todos los días, paso a paso, como quien deja el alma en cada rincón soñando con que, en el siguiente segundo, todo lo que en ella hay de muerto y frío despertará de su letargo cual Lázaro en las escrituras. O la de ese niño que año a año ha ido avanzando. Su infancia con las chapas, el balón; la pubertad y las chicas, el cigarro, la litrona; madurar con sus libros; el amor; el desamor… Puede que nos descubrieran los sueños cambiados, conseguidos, olvidados de tantos y tantos que hicieron real, por unos momentos, ese lugar en el mundo.
Es otoño. Se evidencia por los árboles que acompañan a las farolas. Se alzan como candelabros de miles de brazos delgados meciéndose a merced del mes de octubre. ¿Cuantas historias se habrán vivido en esa escalera?, ¿qué verdad relatarían esos peldaños?.
Puede que la de una mujer que, cansinamente, sube y baja todos los días, paso a paso, como quien deja el alma en cada rincón soñando con que, en el siguiente segundo, todo lo que en ella hay de muerto y frío despertará de su letargo cual Lázaro en las escrituras. O la de ese niño que año a año ha ido avanzando. Su infancia con las chapas, el balón; la pubertad y las chicas, el cigarro, la litrona; madurar con sus libros; el amor; el desamor… Puede que nos descubrieran los sueños cambiados, conseguidos, olvidados de tantos y tantos que hicieron real, por unos momentos, ese lugar en el mundo.
Las ramas de los árboles ajados por el otoño se entretejen enmarañados al fondo como si retrataran el futuro, incierto, retorcido e impredecible. Un futuro que, como la primavera en ese parque, se volverá verde, brillante, alegre, esperanzador, apabullante, vertiginoso.
Como me gusta mirar esta foto. Transmite paz y también desconcierto. Me da por pensar en la persona que estaba tras la cámara, en la sensación, el vértigo que le paralizó en ese preciso lugar para retratar algo tan hermoso y encerrar en él tantas y tan variadas historias, en un lugar solitario.
Como me gusta mirar esta foto. Transmite paz y también desconcierto. Me da por pensar en la persona que estaba tras la cámara, en la sensación, el vértigo que le paralizó en ese preciso lugar para retratar algo tan hermoso y encerrar en él tantas y tan variadas historias, en un lugar solitario.
Juego literario'05
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